Mi primer crucero Disney

“Compre, compre, migas de pan…” Conforme el último acorde de “Feed the birds” (Mary Poppins, 1964) se apagaba y mis labios concluían con su última estrofa, concluyó mi fugaz pero profundamente emotivo viaje en el tiempo, uno de los tantos que tuve mientras navegaba en el “Disney Dream”. En la soledad de sus pasillos, una y otra vez la música de fondo me llevó a reencontrarme con la niña que, sentada en su pequeña mecedora, escuchaba sin parar los cuentos y canciones de Walt Disney. Eran los tiempos previos a la aparición de las videocaseteras; años en que el sonido proveniente del “tocadiscos” era la principal fuente que alimentaba las historias que construía en mi cerebro.

El regreso al mundo de la sonoridad de mis años de infancia fue un regalo inesperado de un viaje del que, en términos generales, no sabía qué esperar, por mucho que me preparase investigando lo más que pude sobre los cruceros Disney. Sin embargo, todas mis dudas se disiparon apenas crucé la puerta del “Dream”. Desfilar entre los aplausos de la tripulación me hizo sentir bienvenida, especial. Tanto así que por un momento olvidé que lo hacen con todos sus huéspedes.

De mi triunfal ingreso pasé a la contemplación del vestíbulo principal, al que llaman “atrio”. El nombre no dejó de llamar mi atención porque lo relaciono con espacios de carácter religioso, pero creo que le sienta perfecto, porque su belleza y decorado, poblado de las imágenes de mis amados personajes, me provocaron una sensación poco menos que reverencial; como diría Enrique Iglesias, fue “casi una experiencia religiosa”.

No continúo en la descripción del barco pues estoy segura que, a la par de aburrida, sería harto repetitiva, por el uso y abuso que haría del adjetivo “hermoso”, así que mejor paso a otra cosa: los espectáculos. Son tres, y todos comparten al mismo cuerpo de excelentes artistas. Como puesta en escena, indudablemente es la “La Bella y la Bestia” quien se lleva las palmas por su despliegue escenográfico, vestuario y algunos efectos especiales, mismos que me dejaron boquiabierta, estupefacta y patidifusa.

Sin embargo, fue “Golden Mickey´s” la que se robó mi corazón. Está compuesta de fragmentos de películas animadas pero en formato teatral. Para mí, Disney es sus películas animadas; ellas son las que me introdujeron a este mundo de sueños y fantasía, así que bastó con ver la primera escena (no les digo con quien, para no estropearles la sorpresa en caso de que la vean) para que cayeran mis primeras lágrimas, las que bien tercas ahí se quedaron, acompañándome el resto de la función.

Aparte de los espectáculos y de las comidas en los restaurantes, que por la ambientación se convierten en una experiencia en sí mismas, el barco está lleno de cosas qué hacer. No les hablo de la dicha de contemplar la inmensidad del mar o el cielo estrellado, libre de toda contaminación lumínica, porque esa experiencia es propia de cualquier viaje en crucero. Lo mismo que la presencia de bares nocturnos, de las piscinas y los jacuzzis. Pero lo que no encontrarás en ningún otro crucero es a los personajes de Disney, que se encuentran con una regularidad y con un nivel de interacción con los huéspedes que ni siquiera en los parques. Ni qué decir de sus áreas para niños y adolescentes temáticas de Toy Story, El pequeño mundo o Star Wars, cuya cabina del Halcón Milenario fue la principal razón de que escogiera al Dream sobre otras opciones, lugares que los adultos podemos visitar en horarios especiales.

En general, en el barco se respira “Disney”, por todas partes. Es su ambientación, donde se entremezclan en perfecta armonía cuadros, decorados y alto relieves, con la música de fondo y los personajes aquí, allá y acullá, lo que hace que te sientas en un lugar que solo creías podía existir en tus sueños. Bueno, a ser honesta, ni siquiera ahí, pues por lo menos a mí la imaginación no me da para tanto.

A estas alturas, casi está de más decir que el viaje superó todas mis expectativas y llevó a nuevas alturas mi amor por la marca del ratón. En verdad les digo que, si aman Disney y está en sus posibilidades, vale la pena romper el cochinito para emprender este nuevo tipo de aventura. En su atrio, en sus bares, en sus piscinas, en su paradisíaca isla privada, en sus restaurantes o, como yo, en sus pasillos, ustedes sentirán de manera casi física el mágico toque de polvo de hadas exclusivo de este auténtico país de Nunca Jamás.

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AdrianaRocher

Historiadora de oficio y beneficio, soñadora de corazón, amante de los cuentos de hadas, fan de las películas de luchadores y eterna Padawan de Star Wars

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